domingo, 7 de agosto de 2016

Columna emitida del 20 al 22 06/2016

VOTO VOLUNTARIO
O LA OBLIGACIÓN DE VOTAR

Creer en la libertad y el derecho de las personas. Esa es la diferencia.
Llegan las elecciones y por modestas que estas sean, vuelve la discusión por el voto voluntario.
Mientras tanto nosotros los electores, miramos desde dentro de la vitrina, como lo haría el cerdito de la carnicería.

Este último ejemplo grafica el tipo de discusión política que se da en torno a los temas que tienen como protagonistas a las personas. Alejada, clientelista, disociada con los intereses y sentir de la sociedad.

Criticar siempre a los políticos y a la política hace mal, y sería injusto realizarlo sin entregar los fundamentos de esta crítica.

Sin embargo en este tema del voto voluntario nuevamente están dando la nota baja, dentro de una vorágine de acontecimientos recientes, donde han metido las patas y también las manos, porque no decirlo.

El año 2011 y luego de largos años de discusiones, se aprobó la reforma electoral que permitiría -según la Secretaría General de Gobierno- aumentar la participación en las elecciones e integrar a esa inmensa mayoría, especialmente de jóvenes, que no estaban ni ahí con la política.

Esta necesidad de realizar un cambio a uno de los pilares del sistema electoral, el voto obligatorio, fue consecuencia de una baja sostenida y permanente de participación electoral. Las cifras iban cayendo en cada elección y los políticos entonces, se pusieron de acuerdo en forma casi unánime para cambiar esa realidad, como siempre, desde la comodidad de su escritorio.

La realidad es que en la primera elección con voto voluntario su pretendido aumento de participación se vino a pique, y hoy tenemos una Presidenta –y esto no es una crítica institucional- electa sólo con el 41% de participación ciudadana, muy por debajo de las expectativas iniciales.

La desafección del elector con los elegidos no es un fenómeno que se explique por la voluntariedad del voto.

Sus causas que deben ser variadas, me las explico principalmente porque constituye otra forma de expresión casi transgresora. Una manifestación de voluntad cívica que en este caso, debe sólo interpretarse como rechazo a los políticos y al tipo de política que ejercen.

Cuando a Ud. lo invitan a un cumpleaños, a firmar un nuevo contrato, a jugar un partido de futbol, a integrarse a una organización vecinal, y no asiste, no firma el contrato, no juega el partido, o no participa con los vecinos, está expresando en los hechos su voluntad con respecto a ese tema, a esa materia, a esas personas.

Si no me gusta el ambiente, los invitados y menos si la torta se la comen entre pocos, no voy a la fiesta.

Eso es lo que está diciendo la gente al no participar en las elecciones a las cuales nos convoca la ley, dicho sea de paso, que proponen y redactan quienes han hecho de la política su profesión.

Chile es uno de los tres países donde el voto es voluntario, y salvo en el caso de Venezuela que para este análisis no cuenta, en Colombia también la participación va a la baja.

El problema no es el sistema, y tal como lo dijo hace un tiempo una analista, si el termómetro arroja fiebre, a nadie se le ocurriría romperlo porque no le gustó la temperatura.

Ese arrebato es el que tiene en este momento la clase política dirigente. Cambiar de vuelta el sistema porque se dieron cuenta que el voto obligatorio –en una sociedad liberal- es el que más les acomoda y legitima frente a la Nación.

Porque ese es el meollo de este cuento; legitimidad para justificar las políticas que implementan o los programas de gobierno que a rajatabla quieren imponer.
De esta forma frente a la historia y a través de los medios de comunicación, podrán seguir presentándose como representantes del pueblo, aunque en el fondo sigan privilegiando sus intereses personales en desmedro de los de la gente.

Como es el caso de la diputada Denisse Pascal Allende, sobrina de un ex Presidente de la República y militante socialista, quien fue autorizada a ausentarse del país durante 30 días para asistir, en Italia, a un seminario de 4 horas de duración, por supuesto, sin ningún descuento en su dieta parlamentaria.

¿Puede creerlo?


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