EL SÍNDROME ARICA
Hemos retrocedido décadas en la lucha por el desarrollo |
El diagnóstico es el mismo, pero mientras los
unos atribuyen las causas a condiciones externas y ajenas a su responsabilidad,
los otros, se encandilan con la oportunidad de enumerar los profundos y
reiterados errores en la conducción político-económica del país, sin entregar
soluciones efectivas.
Esta es la fotografía del Duopolio
gobernante.
Lo cierto es que en Chile no está pasando
nada para terminar efectivamente con la pobreza, el verdadero ancla que nos
sujeta porfiadamente al siglo pasado.
Nuestro país se ha empantanado no sólo en
materia económica, sino que en general, en una discusión estéril que sólo nos
permite dar vueltas en un sinfín, pero no avanzar.
Por el contrario, la mayoría
de las iniciativas que convirtieron a nuestro país en el líder indiscutido de
la región, no tuvieron su correlato en el Estado que sigue teniendo un pie en
los años sesenta, ni siquiera en el mundo privado que al parecer se conformó con el status quo
del balance azul.
Les gustó y se conformaron con la última
línea del balance, y con ello, las políticas para el desarrollo se quedaron
carentes de ideas y sin el talento necesario para llevar a cabo aquellas pocas que aun
sobreviven.
Ni en materia política, ni en materia
cultural, ni en materia social podemos estar conformes con nuestros mezquinos
avances.
No se trata de un problema de distribución
como lo asegura el dogma socialista. Se trata fundamentalmente de un problema de
riqueza.
¿Qué vamos a distribuir si no somos capaces
de producir?
Distribuir no es recortar la leche de los
niños más grandes para entregársela a los más pequeños. No es entregar casas
sin techo ni paredes con el discurso de soluciones habitacionales progresivas.
Chile es un país de poetas, pero no exageren tampoco.
Nuestro país está para más y las autoridades
deben estar a la altura. Por eso es que ayer pensaba que este problema
que por tantos años ha vivido Arica, debe haber contagiado al resto del país.
Todos sabemos el diagnóstico. Todos tenemos recetas más o menos parecidas.
Todos tenemos las ganas y la imperiosa
necesidad de terminar con el mito de la desaceleración, del desempleo. Sin embargo, no todos están dispuestos a
realizar los sacrificios, a tomar las decisiones, a realizar el esfuerzo.
El gobierno no sacrifica sus cada vez más
escasos votos tomando decisiones de fondo, que por lo general son más acertadas
pero menos populares.
El sector privado al parecer, tampoco quiere
asumir el compromiso real de tirar el carro de la economía, sacrificando sus
legítimas aspiraciones de lograr mayores utilidades.
Sólo es un tema de plazos, pero no lo
entienden.
Finalmente, ni los unos ni los otros están
dispuestos a perseverar en los métodos y en los sistemas que han dado estabilidad
y permitido crecimiento.
El sino de este gobierno es el de amanecer
peleando con sus propios fantasmas, creados como útiles artilugios de
convencimiento electoral, idealizados o endemoniados de acuerdo a sus
conveniencia.
Mi única
expectativa era que el Ministerio de Economía acrecentara el prestigio
familiar, sin embargo a estas alturas, hay que reconocer que Céspedes, el
Ministro, se ha equivocado rotundamente.
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