REGIÓN AYMARA
Lo menos que merecía nuestra Región al
momento de nacer era un buen nombre.
Con tanto padre intelectual y pariente allegado de última hora, comprometidos con su concepción y alumbramiento, un poco de creatividad e inspiración era algo que de tan obvio, de pronto dejó de serlo.
Un nombre que no sólo hubiese dado cuenta
de sus aspectos geográficos y administrativos, sino que también, culturales,
históricos, y sociales.
Que integrara en un solo concepto –potente,
claro, efectivo- las mejores cualidades de nuestra tierra y de su rico pasado.
A poco de cumplir 10 años en el 2017, hay
que reconocer que esta creatura vino al mundo con fórceps, por no decir a la
fuerza. Su nacimiento fue sin duda más producto de
la pasión y el compromiso político, que de la razón y la justificación técnica.
En un país donde la política hasta hace poco tenía supremacía casi divina por sobre cualquier otra actividad, las promesas de cualquier candidato, incluyendo las de la propia Presidenta, bastaron para sobreponerse a los porfiados indicadores económicos, a las variables sociales, a las consideraciones técnicas de ministerios y universidades, que señalaban que una nueva región era inviable.
Descartando analizar el estropicio
adicional de numerar a la puerta de entrada de Chile con el último número de la
lista -quinceava Región- ¡qué es eso!, bautizar esta región como Región
Aymara, debió, en justicia, haber formado parte de esta importante reforma político
administrativa.
A mi entender el nombre de Región Aymara, satisface
la identificación con los espacios físicos y territoriales. Apunta a una necesaria reivindicación
histórica, social y cultural, además de interpretar fielmente todo aquello que
nos identifica, lo que nos hace únicos, los que nos hace diferentes.
En efecto, un hecho objetivo y concreto que
es un paso más allá de los discursos de integración oficial con los pueblos
originarios, pudo ser bautizar a la región con el nombre de Región Aymara,
dando una objetiva y potente señal de cuál es nuestro verdadero compromiso con
el pasado y con esta tierra.
Lo que resulta obvio para muchos no lo es
tanto para el burócrata, que me imagino actúa en estos casos buscando el nombre
en la guía de teléfonos.
Por ejemplo, pienso en el positivo impacto del
nombre Región Aymara, en la actividad turística. La fuerza y concordancia del nombre, sería
rápidamente valorada al interior del circuito de la industria turística
internacional.
Nos otorgaría por de
pronto, una valorización de marca, un claro registro histórico cultural y la
factibilidad de lograr un rápido posicionamiento comercial, mismo que hoy no
tenemos, y que cuesta año tras año el uso de ingentes recursos.
Frente a tanto tema del pasado, frente a
tanta discordia incluso en temas banales, bien vale la pena centrarse en el
futuro y al menos en este tema, encontrar una definición que satisfaga la
verdadera alma de la región.
Más aún ahora, cuando estamos discutiendo una nueva
Constitución para Chile.
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