INMIGRANTES EN CHILE
Nuestro país no le cierra las puertas a nadie que venga a forjar un mejor destino,
que quiera protegerse de la injusticia
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Chile se ha construido sobre la base de población
inmigrante.
Para el que no lo sepa o quiera negarlo, bueno es que se
vaya enterando que el actual fenómeno migratorio, que desde el punto de vista
demográfico es aún irrelevante, es el que ha prevalecido en la conformación de
nuestra nación.
Y en el de la mayoría a decir verdad.
Desde épocas inmemoriales, los habitantes de nuestro
territorio fueron llegando y asentándose.
Desplazando en un principio a las antiguas poblaciones
como el caso de los mapuches, indígenas provenientes de Argentina, o bien
integrándose en distintas formas o grados, como lo hicieron los quechuas, en
pleno esplendor de la expansión del Incanato.
Resulta que ahora, hasta serían hasta los verdaderos fundadores
de lo que luego se conoció como Santiago, capital de la República.
En el caso de la población negra o afrodescendiente -que
es una manera siútica de referirse a una población en todo sentido originaria-,
durante décadas nuestra sociedad negó su existencia.
Siempre fuimos una nación de hombres blancos,
descendientes de españoles europeos,
manida versión que replicaban sin pensar en las calles, en las escuelas
y en los libros de historia, escritos hasta bien avanzada la década de los
setenta, por historiadores hispanófilos o al servicio de alguna institución interesada.
De esta manera invisibilizamos una característica que nos
ha acompañado todo nuestro pasado y nos encaminará hacia el futuro: somos una Nación,
una República, un País, mestizo, y así ha quedado demostrado por la ciencia y
por la historiografía moderna que dan cuenta de ello.
Hace algunos años viajamos con un grupo de ariqueños de
tomo y lomo, a Ascoli Piceno, una tradicional ciudad italiana situada en las
faldas de los Apeninos.
Entre tanta palabra de cortesía frente al Alcalde y
conspicuos italianos, cometí la grave falta para algunos, de señalar que nuestra población
era en un 98% mestiza: mapuches, alemanes, aymaras, españoles, negros, croatas,
chinos, pascuenses y un cuánto hay, de nacionalidades que en distintas épocas y
por distintas causas, se han arraigado en Chile formando nuestra sociedad
actual.
Por supuesto que me gané los aplausos de la audiencia
europea, siempre gustosa de un safari por el mundo, y las pifias de nuestra
delegación de ariqueños autóctonos y sin espejo, todos ofendidos hasta la
médula con aquella afirmación.
Así somos o así nos comportamos muchas veces, y la verdad
es que da entre risa y pena.
Hemos construido una sociedad que intenta ignorar
su esencia, que intenta esconder sus raíces, que busca diferenciarse de todo
aquel que no se parece a los comerciales de almacenes parís o de ripley.
Es cierto que hoy día nos sentimos algo invadidos por los
nuevos inmigrantes.
Su presencia no pasa inadvertida, menos la de los malos
elementos, aquellos que acá en Chile o allá en París, cometen fechorías,
delitos y sinverguenzuras.
Para delincuentes, truhanes y mafiosos, tenemos a los
chilenos, y siempre, hay que privilegiar al producto nacional.
Pero son una minoría los que llegan a nuestra tierra a
delinquir, por tanto, más que un prejuicio suena más bien a la excusa para justificar
nuestra xenofobia.
Bienvenidos todos ellos.
Nuestro país no le cierra las puertas a nadie que venga a
forjar un mejor destino, que quiera protegerse de la injusticia, que quiera
amparar a sus hijos en un país que se diferencia para bien, de muchos en el
mundo.
Ese debería ser el único discurso y el único
planteamiento de un país que canta orgulloso, que seremos siempre el Asilo
contra la Opresión, y en el que, él que no tiene de Inca tiene de Mandinga.
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