Alejandro Guillier, ex periodista, ex presidente del
Colegio de la Orden, ex empleado de la Concertación en el primer gobierno de la
Presidenta Bachelet, ex Senador Independiente y próximamente, ex pre candidato
presidencial del radicalismo, cometió un lapsus de aquellos, que nos
encargaremos de no dejar pasar.
En plena celebración del triunfo del No, este pasado
5 de octubre, posteó un certero twitt que dio en el corazón y alma de ese 56%
de chilenos que hace ya 29 años, decidimos derrotar a la Dictadura militar que
nos agobiaba, tan solo con las armas de la movilización civil electoral.
Guillier o su encargado de Twitter, cargo que
milagrosamente apareció para echarle la culpa de este sinceramiento digital,
señaló que ese 5 de Octubre no había traído la alegría, cuestión en la que reconozco estoy de acuerdo, aunque sea en parte.
El 5 de Octubre de 1988 el ambiente en el país se
podía cortar como mantequilla caliente.
La mayoría de las personas sabíamos que había
llegado el esperado día en que anhelábamos cambiase la situación política y
social, que ya vivíamos por 15 años.
Nadie podía afirmar que ello resultaría.
Se había propagado un clima de rumores de autogolpe,
de desconocimiento de la voluntad popular, de amenazas de resistencia armada
propagada por el partido comunista y sus sucursales de cabezas calientes, pero sin
embargo, y con la distancia que nos permite el tiempo, creo que la mayoría de
quienes algo tuvimos que ver por humilde que fuera nuestra participación, volveríamos
a apostar por la libertad y la democracia.
Sobre lo que pasó después ya mucho se ha escrito, y hoy,
son cientos las versiones que circulan con protagonistas y circunstancias
inexistentes y por lo mismo, desapegadas de la verdad.
Pero a casi 30 años de aquella emblemática fecha, hay
quienes se atreven como el Senador Alejandro Guillier, a cuestionar si
realmente esa gesta cívica fue positiva para Chile, o por el contrario, fue el
corolario de un cambio que no fue tal.
Para analizar este cuestionamiento, aunque sea con
la brevedad que nos permite esta capsula radial, debemos detenernos
necesariamente en algunos de los efectos no deseados que tuvo el triunfo del
NO, y que comenzaron a gestarse desde aquel mismo día en que derrotamos a la
Dictadura.
Porque si debe existir consenso en algo, es que el 5
de octubre de 1988, el poder y el terror que representaba el gobierno militar, se
desmoronaron definitivamente.
Cuando aspirábamos a reponer un Congreso con
parlamentarios elegidos democráticamente y un sistema que representara
fielmente la soberanía popular, pensábamos que el verdadero riesgo para la
institución parlamentaria estaría dado precisamente por las leyes y artilugios
constitucionales dejados por el régimen militar.
Sin embargo lo cierto de la afirmación anterior, el
verdadero riesgo, el más letal para la soberanía del pueblo, estaba
precisamente en los malos parlamentarios y su legado de corrupción que en tan
poco tiempo, dañaron al país y sus instituciones.
Aspirábamos también a cambiar los dañinos efectos de
un modelo económico que dejaba expuestos en sus ciclos recesivos, a la clase
media, verdadero motor del país que construimos. Pero sin embargo, aún todas
las promesas programáticas, consensos y decisiones de los dirigentes políticos,
nunca se atacó a la médula del sistema, ni a las reformas ochenteras que
requerían al menos, las modificaciones y cambios naturales acorde al paso del tiempo.
Así el sistema previsional hizo crisis, el sistema
de educación municipal hizo crisis, el sistema de salud pública hizo crisis, el
sistema de salud privada hizo crisis, el sistema judicial hizo crisis, al menos hasta
que se realizó la reforma procesal, donde después, también ha hecho crisis.
En todo esto, si es que el Senador Guillier se
refería a ello, estoy de acuerdo con el twitter de su autoría y por el que
después se deshizo en explicaciones.
Pero si Guillier el twittero se refiere a que el
triunfo épico del NO, no sirvió para nada y que no valió la pena, entonces me
declaro en estado de conmoción y rebeldía.
Mil veces un mal gobierno que vivir en un régimen
donde la vida y los derechos de las personas no valen nada.
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